Relatos del fin. 2


Hace mucho tiempo vivió un hombre que sabía leer y escribir en un mundo en el que no todos podían. Nadie supo nunca cómo había aprendido el  latín, pero utilizó esa lengua para escribir un libro.

En su primera y única obra dijo que la más pequeña esfera de una familia tomaría otro camino dando paso a que la luz de una luz estelar lejana llegase al mundo; y que un bebé sería concebido bajo el astro luminoso. Dijo también este profeta que el final de los tiempos sería ocasionado por buenas intenciones y una curiosidad desbordantes, pues sólo había un mal, y estaba dormido.

Vio que siete caras escondidas traerían el fin tras una muerte que duraría tres días. Que la codicia y la ambición les llevarían a matar al anciano sobre el que reposaba el firmamento.

Aseguraba que los cielos se tornarían de diversos colores enfermizos y que las aguas retrocederían para nunca volver; pero que toda a destrucción y la miseria se podría evitar si el gran árbol no caía.

El libro estaba lleno de frases concretas. Sólo había predicciones de una persona que afirmaba haber visto la muerte de la raza humana. Había visto una larga noche y también el lamento de la tierra, pues esta vería llegar la conclusión de su historia.

A este profeta ni siquiera se le dio el regalo de la atención por ser llamado loco. La historia lo exilió al olvido, omitiendo su paso por el mundo. El tiempo ni siquiera se molestó en arrastrar su nombre en su paso hacia un futuro incierto. Sólo quedó su libro, escondido en un lugar que el profeta sabía que iba a ser la clave. Pero durante cientos de años, este escondite fue ignorado al igual que el profeta.

Después de todo ¿quién iba a saber que sus palabras eran verdaderas?

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